viernes, 12 de junio de 2015

Ausencia de los viernes

        Miramos las vías con la intención de encontrar nuestros pasos cruzándose; y en un abrir y cerrar de labios, la miel se derritió viajando a través de nuestros dedos nocturnos. La vieja estación nos acogía mientras esperábamos la llegada del tren. Todavía recuerdo su camisa azul empapada, la valija empolvada y la flor que sostenía su mano derecha. Llevaba sus zapatillas favoritas y una media de cada color. A pesar de tener puesto mi vestido rojo de viernes, se me ocurrió invitarlo a jugar a la escondida, como para pasar el tiempo hasta que llegara el tren. Salté sobre su espalda y de caballito, se lo susurré al oído. Rápidamente me desligué de sus brazos, me tapé los ojos y comencé a contar. Uno, dos, tres...así hasta veinte. Mis manos se abrieron, dejándome mirar la estación casi con vergüenza -él ya no estaba allí-. Busqué por cada uno de los rincones y en el quinto banco de plaza encontré su valija marrón. Grité su nombre, cinco veces.
        El frío acaparaba cada parte de mi cuerpo. Tuve miedo. Tuve miedo de que me dejara ahí; que me dejara corriendo entre las columnas de mármol, con la sombra abrazándome. Entonces, empecé a cantar. Canté tan pero tan alto que me olvidé de su ausencia.
        Pegando un salto y al ritmo de esa voz que a veces creo mía, bailé. Giro sobre giro, salto y al piso. El raspón en la rodilla me recordó porqué odio el vestido rojo de los viernes. La carcajada que provenía del otro lado de las vías, me hizo girar y vi a esos ojos que me miraban iluminando la oscura estación. Las manos me llamaron, agitándose como un niño que saluda a su mamá el primer día de jardín. Me acerqué a las vías y le pregunté si me había visto bailar. Creí escucharlo decir: "sí, ¿lo harías de nuevo para mí?". Dí un paso hacia el costado, intentando ver el rostro de la voz.
          - No. Ya me caí y me raspé, no puedo seguir bailando.
          - Estás chinchuda hoy, eh. Si te he visto caerte y pararte unas miles de veces. Dale, ¿por qué hoy no tenés ganas de bailar para mí?
          - ¿Hoy? Yo nunca bailé para vos.Yo no bailo para nadie, bailo para mí.
          - Entonces, ¿cada vez que bailamos juntos, bailás sólo y nada más que para vos?
          - Yo nunca bailé con vos, ni siquiera sé quién sos. Cruzá, vení acá y dejame verte...
          - Vos y yo bailamos todos los viernes, Lía. Hoy es miércoles, hoy te toca bailar para mí.
          - No, estás equivocado. Hoy es viernes porque traigo puesto mi vestido rojo de los viernes, si fuera miércoles hubiese traído mi camisa azul a lunares blancos.
         - Hoy es miércoles, Lía. Es la tercera semana que te confundís los días y hace dos que ya no querés bailar para mí.
       Como una lluvia repentina, comenzó a surgir dentro de mi pecho una angustia incesante. Las manos comenzaron a temblar y el aire no llegaba a mis pulmones. Desesperada me arranqué el vestido y lloré sobre la columna de mármol que estaba detrás de mí. La voz del otro lado de las vías me balbuceaba cosas que no alcancé a escuchar - o quizás no quería escucharlas- y de un patadón tiré una extraña valija marrón que se hallaba sobre uno de los bancos de plaza. ¡Hoy es viernes! ¡Hoy tenías que venir a bailar conmigo, me prometiste que todos los días serían viernes! ¡Si no vas a venir acá,  junto a mí, andate!
      La voz calló y justo en ese momento, el tren pasó.
      Tuve miedo. Inevitablemente lo estaba olvidando, lo había olvidado.

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