jueves, 25 de febrero de 2016

Del otro lado de la calle

Un hombre juega a perderse entre las casas de un barrio que fue mío. Ese hombre ha dejado de tocar su piano a las 12:17 a.m.
Lo vi desde la ventana. Calzaba unos zapatos color suela, vestía unos pantalones azules con tiradores negros. Llovía.


No quiero verme morir entre las flores arrancadas por unas manos que soñaron tocar tu rostro. No quiero caminar por la llanura verde sin antes sentir la elegancia de la espuma tocar mi piel. No quiero llegar al punto exacto del olvido sin ganas de olvidar. Si toda la rosa se encuentra en la rosa y lo no dicho debajo de la almohada… ¿Dónde habita el sueño de un poeta que no lo es?

Vi desde la ventana a un niño jugar con el agua sucia de los charcos, mientras se comía un alfajor.
Vi desde la ventana un azul intenso que cubría como un manto el techo de cada una de las casas de mi cuadra. Vi las calles, los autos, las risas, los labios, los no y los pero.

Vi a una sombra mirarme desde el otro lado de la calle.  

miércoles, 30 de diciembre de 2015

EL DESARMADERO

Son las tres menos cuarto y los recuerdos inventados me llaman para que viaje un rato al rincón preferido de mi mente.  Me seduce la idea de verme frente al mar inmenso y solemne que me abraza y me dice “esto también es la Soledad”. Ahí, el peso del pecho se afloja un poco y veo pasar frente a mis ojos un desfile de miedos e ilusiones deshechas que dejé salir sólo por un momento.
  Me cuento un cuento mentiroso que me endulza los oídos mientras junto los vidrios que caen sin parar, estallando contra el piso, multiplicándose hasta formar una especie de alfombra por la que camino descalza y con el alma colgando entre los brazos dormidos. Me pasa que en el viaje, me olvido de mí. No hay espejos que me recuerden los fracasos y los nunca será que llevo en el bolsillo más chico del blazer violeta. Ni las tardes lluviosas en las que me la paso acostada pensando en sus ojos grises, que se repiten como fotografías mal sacadas. Y voy leyendo poemas y relatos, en los que intento encontrar una parte de mí, una huella que alguien dejó y que re-significo con el afán de contestarme el por qué, el cómo y el cuándo.  Hay un yo deseando disfrazarse de otra cosa, de otro yo que desconoce el miedo, que juega con las circunstancias y la intensidad del momento. Sale con su sombrero negro a conquistar los bancos de plaza y esas calles donde alguna vez lo vio caminar, enamorándose a cada paso que él daba.  Hay una voz que escucho gritar desde adentro y que callo, haciendo un esfuerzo sobrehumano que desgasta mi ánimo y que ni siquiera sé porqué lo hago. Hay un vestido negro que usé cuando fui a su encuentro, unas zapatillas que calzo desde que tengo poder de decisión sobre la ropa que llevo puesta, unas piernas cansadas, un corazón cobarde y un yo ausente. Me encuentro entre los pensamientos y las frases que voy escribiendo mientras escucho las teclas partidas de un piano sonar. Recorro los pasillos de mi mente buscando un poco de realidad que pueda atrapar, para poder traerla a esta vida que voy viviendo con un lápiz en la mano y dentro de este cuarto que es lo más parecido a un desarmadero de sueños. Hay un block de notas con algunas frases que no quiero olvidar y una especie de acuerdo casero en el que me pido tregua a mí misma: hay una firma que no es sólo mía.  Me pregunté por la existencia de un mañana que no fuera la continuación de un hoy. Este hoy que no crece, que no vibra ni canta, que anda dando lástima por los rincones, como Gatito Stevens cada vez que rompe algún adorno de mamá. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Extraño a alguien a quien no conozco

Esperé sentada en el quinto escalón mientras el silencio me susurraba una canción al oído. Por un momento pensé que quizás, él también esperaba. Acostado en su cama, mirando el techo; buscando formas e inventando historias de dragones y criaturas fantásticas. En un bar con un vaso en la mano y la mirada tensa hacia la puerta, o simplemente perdido entre la multitud desolada. En el trabajo, mirando el reloj cada medio minuto, anhelando que la aguja pequeña señale el número cinco y la aguja larga, el número doce. En la parada de colectivo, en el banco, en la cola del supermercado, en una plaza cualquiera... ¿o quizás en una playa? No lo sabía, pero lo imaginaba
Un pensamiento me llevó a otro pensamiento y ese a otro y así sucesivamente, formando una serie de escenas que se reproducían de manera constante y obsesiva. Necesitaba conocer, saber qué hacía los domingos por la tarde, si jugaba al futbol con sus amigos o almorzaba con su familia...¿Y si llovía? ¿Se entristecía o se alegraba? ¿Escribía los poemas más tristes del corazón o miraba su película favorita mientras comía una barra de chocolate? (¿blanco o negro?).
Giré hacia atrás, creí escuchar que alguien venía. Miré a mi alrededor y vi una mancha en la pared que me llamó la atención, pero sólo bastaron cinco minutos para abandonar mi cuerpo y volver a imaginar. Me acordé de sus manos y me pregunté cómo sería su forma de acariciar. Quizás al besar le gustaba abrazar por la cintura o simplemente tocar el cuello. 
A veces intentamos generar una conexión con otra persona así sea por pensamientos y deseos inventados. Imaginamos que mira la ventana mientras piensa que tiene el corazón roto desde el 30 de abril, o que dibuja la cara de una mujer que casualmente tiene nuestros ojos, nuestros labios, nuestras pestañas... Hay una necesidad intensa, sembrada en el lado más oscuro de nuestro inconsciente que vamos regando con recuerdos, anhelos y esas cosas que la mayoría denomina <efímeras>. Y me pregunto si la sensibilidad con la que toca cada canción se corresponde a algunas de esas cosas, o a un alguien idealizado o des-idealizado. Quizás no piense en nada, aunque eso me parece imposible. Siempre pensamos en algo, y pensar en nada, en definitiva, es pensar en algo que ya no es o que ya no está... La ausencia hace estragos con nuestros sentimientos y nunca estamos seguros si lo mejor es fluir o empujar, armar o desarmar toda estructura interna con el único fin de ver qué es lo que hicimos con nosotros mismos, a dónde fuimos, con quién y para qué. Las ganas de volverlo a ver, así sea en una esquina agachado atándose los cordones, me arrebatan la voz a cambio de una esperanza barata que me hace suspirar constantemente; llenándome de imágenes que no sólo guardo en mi memoria, se quedan a vivir en mi pecho, en lo más hondo, en lo más íntimo
Y yo sé que no me conoce, no me espera, no me sueña, ni siquiera me nombra. Tampoco hay trenes, ni dibujos pegados afuera de su casa...sólo un vaso de café roto, alguna que otra conversación y un poema que le dedico aún sin leer.  
  

jueves, 23 de julio de 2015

rompecabezas

me abandoné
sentada en el lago

abrimos las puertas
dejando escapar los fantasmas
que bailan y
se mueven
en un eterno retorno
al ritmo del viento que nos
empuja hacia un norte que no es nuestro

ajena y exiliada
no me pertenece el cuerpo
ojos muertos
                       y  manos desalmadas

recreo un mundo en dónde encajo
y me siento en el lago
a recordarte y a
imaginarte imaginándome
recostado en tu cama
pensando en lo azul
                 pieza 717

hay una canción para mí
sentada en el lago,
es que puedo escucharla
y verte venir

viernes, 12 de junio de 2015

Ausencia de los viernes

        Miramos las vías con la intención de encontrar nuestros pasos cruzándose; y en un abrir y cerrar de labios, la miel se derritió viajando a través de nuestros dedos nocturnos. La vieja estación nos acogía mientras esperábamos la llegada del tren. Todavía recuerdo su camisa azul empapada, la valija empolvada y la flor que sostenía su mano derecha. Llevaba sus zapatillas favoritas y una media de cada color. A pesar de tener puesto mi vestido rojo de viernes, se me ocurrió invitarlo a jugar a la escondida, como para pasar el tiempo hasta que llegara el tren. Salté sobre su espalda y de caballito, se lo susurré al oído. Rápidamente me desligué de sus brazos, me tapé los ojos y comencé a contar. Uno, dos, tres...así hasta veinte. Mis manos se abrieron, dejándome mirar la estación casi con vergüenza -él ya no estaba allí-. Busqué por cada uno de los rincones y en el quinto banco de plaza encontré su valija marrón. Grité su nombre, cinco veces.
        El frío acaparaba cada parte de mi cuerpo. Tuve miedo. Tuve miedo de que me dejara ahí; que me dejara corriendo entre las columnas de mármol, con la sombra abrazándome. Entonces, empecé a cantar. Canté tan pero tan alto que me olvidé de su ausencia.
        Pegando un salto y al ritmo de esa voz que a veces creo mía, bailé. Giro sobre giro, salto y al piso. El raspón en la rodilla me recordó porqué odio el vestido rojo de los viernes. La carcajada que provenía del otro lado de las vías, me hizo girar y vi a esos ojos que me miraban iluminando la oscura estación. Las manos me llamaron, agitándose como un niño que saluda a su mamá el primer día de jardín. Me acerqué a las vías y le pregunté si me había visto bailar. Creí escucharlo decir: "sí, ¿lo harías de nuevo para mí?". Dí un paso hacia el costado, intentando ver el rostro de la voz.
          - No. Ya me caí y me raspé, no puedo seguir bailando.
          - Estás chinchuda hoy, eh. Si te he visto caerte y pararte unas miles de veces. Dale, ¿por qué hoy no tenés ganas de bailar para mí?
          - ¿Hoy? Yo nunca bailé para vos.Yo no bailo para nadie, bailo para mí.
          - Entonces, ¿cada vez que bailamos juntos, bailás sólo y nada más que para vos?
          - Yo nunca bailé con vos, ni siquiera sé quién sos. Cruzá, vení acá y dejame verte...
          - Vos y yo bailamos todos los viernes, Lía. Hoy es miércoles, hoy te toca bailar para mí.
          - No, estás equivocado. Hoy es viernes porque traigo puesto mi vestido rojo de los viernes, si fuera miércoles hubiese traído mi camisa azul a lunares blancos.
         - Hoy es miércoles, Lía. Es la tercera semana que te confundís los días y hace dos que ya no querés bailar para mí.
       Como una lluvia repentina, comenzó a surgir dentro de mi pecho una angustia incesante. Las manos comenzaron a temblar y el aire no llegaba a mis pulmones. Desesperada me arranqué el vestido y lloré sobre la columna de mármol que estaba detrás de mí. La voz del otro lado de las vías me balbuceaba cosas que no alcancé a escuchar - o quizás no quería escucharlas- y de un patadón tiré una extraña valija marrón que se hallaba sobre uno de los bancos de plaza. ¡Hoy es viernes! ¡Hoy tenías que venir a bailar conmigo, me prometiste que todos los días serían viernes! ¡Si no vas a venir acá,  junto a mí, andate!
      La voz calló y justo en ese momento, el tren pasó.
      Tuve miedo. Inevitablemente lo estaba olvidando, lo había olvidado.

sábado, 23 de mayo de 2015

Atada

Y estás atada
envuelta entre los tristes lazos rojos,
                                                           rotos
perpetua acabada atrincherada
con los ojos muertos, las manos negras 
y el alma colgando de los labios nacarados

Y estás atada
intentando cantar la canción muda
cortando las flores niñas
clavando espinas en tu pecho  
sacándolas luego

Y estás atada 
esclava del impulso que golpea 
tus piernas delgadas, quebradas, ahogadas
escribiendo sobre el papel de arroz 
su nombre

Estás dormida
soñando el insomnio de la noche oscura.
Estás besada 
                 por la boca que aún no te ha llamado
estás cansada abatida dolida,   VIVA
Sí, estás atada



viernes, 17 de abril de 2015

Hermanada

I
no dejes que la palabra te calle
no te dejes morir, heladas muñecas
ser canción en el aire mientras tu mundo 
y
mi mundo ríen sin parar

II
acercando tu pena y 
mi pena
brota eterna magia eterna
cómplices 
callando las palabras,
hablamos en silencio

III
la arena está empapada
festejo doloroso y 
tu mano siempre tendida
hacia mí

IV
que yo ya no soy sólo mía
tengo tu abrazo amarrado a mi espalda
hermana, que vos no sos sólo tuya
almas cantan la tarde feliz
cuando estás por venir