lunes, 12 de mayo de 2014

Abandonador serial

¡Papá, por favor papá dejalo! ¿No ves que es chiquito? Dejalo no quiere quedarse solito y con frío papá, dejalo que venga conmigo, porque aunque soy chiquita puedo ser su mamita. Él quiere que sea su mamita, ¿no le ves la carita? El espejo retrovisor reproducía la escena más terrible de todas las escenas. 
El abandonador serial estaba cumpliendo con un nuevo mandato, pero Tinita, Tinita se volvía cada vez más y más pequeñita, con diez años era así de chiquitita. El llanto era lo de menos, los gritos insoportables, los golpes brutales, la garganta desgarrada, los ojos destruidos. Así estaba Tinita, golpeando la ventana de ese auto despintado, color verde musgo horrible, <el auto del terror>, pensaba Tinita. 
La casa era color pastel. El cuarto estaba listo ya, para la llegada de esa beba que en realidad no había sido esperada por nadie, menos por el turco, pero el turco no vivía en aquella casa color pastel. El televisor encendido, la radio también. Esa casa era fría, no tenía el calor hogareño propio de las casas que esperan visitas. Llegó, durmió y lloró. Creció, jugó, y mamá mamita fue su luz, su lucecita. A la bici se subió gracias a Martita, la que le hacía la merienda cada vez que volvía de la escuela. "Mamita se re-que-te peleaba con un hombrecito ayer, Martita". "Bueno Tinita, tené en cuenta que mamita hace todo para que vos estés bien."
El turco un día volvió. Volvió a aquella casa color pastel, y le pidió a Clara que le dejara ver a esa beba que nunca quiso ver. Clara le mostró a una nenita que ya no era una bebita y le dijo: Tinita este es tu papá. Tinita se escondió atrás de su mamita y mirando entre sus piernas, con la carita rojita preguntó: mamita, ¿qué es un papito? Y Clarita le respondió: un papito es como una mamita pero es hombrecito, no mujercita como Tinita y mamita. Pero Tinita insistió: usted que dice ser un papito, mi papito: por qué no me dio amor como hacen las mamitas? mi mamita?
Un día, Tinita creció y entendió por fin qué era un papito. El turco se la llevaba a su casa e iban a la plaza, le compraba globos de muchos colores, y comían pochoclo hasta atorarse. Un día de calesita, Tinita conoció a Puchi. Puchi, Puchito era chiquitito color café con ojos negros como las ruedas del auto verde horrible. 
Puchi Puchito conoció la casa del turco, y se convirtió en el fiel compañero de Tinita, aunque ésta dijera que era su mamita, porque Tinita decía que sentía un amor por Puchito como el de las mamitas. 
El turco se cansó de las cagaditas de Puchito en su casita pequeñita y sin lugar para sus mujerzuelas de la noche de los viernes, subió a Tinita y a Puchito al auto, a ese auto verde horrible y condujo hasta el campo de los trece árboles. 
El espejo retrovisor reproducía la escena más terrorífica que jamás se haya visto. El turco se subió y arrancó, mientras Tinita, empapada en lágrimas, agitaba su manito despidiendo a su adorado Puchito. El ya no papito le dijo a Tinita: pensá en algo lindo Tini, así se secan más rápido las lagrimitas.
Tinita recordó esas caricias, esas manos de hombrecito que le recorrían su espalda y unas zonas que como le había dicho su mamita, sólo tenían las mujercitas. Recordó el verde, ese verde horrible y pensó <en el auto del terror del abandonador serial todo es verde, verde horrible>


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