domingo, 12 de octubre de 2014

recuerdo inventado

I
Me dijo que no quería estar ahí y lo llevé al mar. Toqué su mano y la arena se mezcló entre nuestros dedos como perfume de verano, como el sándalo que se esparce por mi habitación cada vez que leo un poema girondero de medianoche. No quise mirarlo pero lo miré. No quise imaginar que se moría por darme un beso, pero lo imaginé. El mar inmenso, revoltoso y solemne nos ofrecía una melodía gloriosa que me recordaba el primer día que lo vi. La sonrisa seductora combinaba con su sweater azul y sus ojos mágicos recorrían el lugar ansiando encontrar aquello que tantos años había buscado. Mientras miraba las olas blancas que jugaban con los caracoles de la orilla, quise preguntarle si se acordaba de la primera vez que nos conocimos. Siempre hay una primera vez, y conocer a alguien no es la excepción. Cerré los ojos y en ese instante recordé nuestras risas nerviosas, vergonzosas de nuestra primera conversación. De cara al sol, se filtró en mi memoria el primer poema que le escribí, pero no me animé a confesárselo. 

II
La camisa roja se mojó con el agua salada y sus dedos tocaron los míos. La maravilla de su risa iluminó las piedras del umbral mientras mi nariz, casi como por accidente, se acarició con la suya. No quise volver a imaginar y él me pidió que el momento se estirara hacia el infinito. Me pidió que le devuelva el sentimiento, que le susurrara canciones de cuna y que lo abrazara dos veces cada noche. 
Me pidió que no lo lastimara. Inmersa en los pensamientos que se ensamblaban con la emoción del cielo y los colores del paisaje pintado en cada uno de mis bastidores, lloré. De emoción, de angustia y de placer. No quiero más aquel dolor desgarrador del corazón, no quiero más mendigar un sentimiento podrido y lleno de nada. 

III
Acá estoy y acá estás, estemos sin más ni más, que hasta quizás, podamos llegar a durar; y quién te dice, también volar.

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