Son las
tres menos cuarto y los recuerdos inventados me llaman para que viaje un rato
al rincón preferido de mi mente. Me
seduce la idea de verme frente al mar inmenso y solemne que me abraza y me dice
“esto también es la Soledad ”.
Ahí, el peso del pecho se afloja un poco y veo pasar frente a mis ojos un
desfile de miedos e ilusiones deshechas que dejé salir sólo por un momento.
Me
cuento un cuento mentiroso que me endulza los oídos mientras junto los vidrios
que caen sin parar, estallando contra el piso, multiplicándose hasta formar una
especie de alfombra por la que camino descalza y con el alma colgando entre los
brazos dormidos. Me pasa que en el viaje, me olvido de mí. No hay espejos que
me recuerden los fracasos y los nunca
será que llevo en el bolsillo más chico del blazer violeta. Ni las tardes
lluviosas en las que me la paso acostada pensando en sus ojos grises, que se
repiten como fotografías mal sacadas. Y voy leyendo poemas y relatos, en los
que intento encontrar una parte de mí, una huella que alguien dejó y que
re-significo con el afán de contestarme el por qué, el cómo y el cuándo. Hay un yo deseando disfrazarse de otra cosa,
de otro yo que desconoce el miedo, que juega con las circunstancias y la
intensidad del momento. Sale con su sombrero negro a conquistar los bancos de
plaza y esas calles donde alguna vez lo vio caminar, enamorándose a cada paso
que él daba. Hay una voz que escucho
gritar desde adentro y que callo, haciendo un esfuerzo sobrehumano que desgasta
mi ánimo y que ni siquiera sé porqué lo hago. Hay un vestido negro que usé
cuando fui a su encuentro, unas zapatillas que calzo desde que tengo poder de
decisión sobre la ropa que llevo puesta, unas piernas cansadas, un corazón
cobarde y un yo ausente. Me encuentro entre los pensamientos y las frases que
voy escribiendo mientras escucho las teclas partidas de un piano sonar. Recorro
los pasillos de mi mente buscando un poco de realidad que pueda atrapar, para
poder traerla a esta vida que voy viviendo con un lápiz en la mano y dentro de
este cuarto que es lo más parecido a un desarmadero de sueños. Hay un block de
notas con algunas frases que no quiero olvidar y una especie de acuerdo casero
en el que me pido tregua a mí misma: hay una firma que no es sólo mía. Me pregunté por la existencia de un mañana
que no fuera la continuación de un hoy. Este hoy que no crece, que no vibra ni
canta, que anda dando lástima por los rincones, como Gatito Stevens cada vez
que rompe algún adorno de mamá.