jueves, 26 de junio de 2014

Mumita

Con la sangre blanca pálida helada, vivo. Infusión intravenosa de dolor no pedí jamás, sin embargo nos sucede que llegamos y estamos donde jamás quisimos estar. El agua glaseada de tintes amarillos, azules y verdes se funden con la espesa espuma y la explosión con la diminuta arenilla que sale de los ojos trocados agonizantes que mueren y reviven en la luz violeta de los cielos cruzados y explotados.
La tinta seca sobre la piel húmeda y escamosa, quebrajada y resquebrajada
                                                           los golpes que invaden la armonía, la deleitosa armonía de los hados 
las manos grandes, más grandes que nunca, más aceitosas que nunca, más violentas que siempre
                                                                                                                        El dolor deliciosamente rojo.
 Ella llamó a la puerta sin saber quién estaría del otro lado, con la luna a medio llenar, la suerte la dejó atrás y con un ramo de margaritas apretujadas y arruinadas, él la esperó. -Se me estropearon un poquito, pero acá las tengo con todos los pétalos del quiere y no me quiere, llamándote con el silencio de mis labios y el grito de mis ojos, llegaste y yo llegué. 

                                 La carta de mi madre la tengo guardada en un cajón color coral. Manchada de recuerdos y emociones, dobladita así la dejé, la banqueta me esperaba frente al majestuoso monstruo de la embravecida melodía. 

Me sacó el alma nota a nota y de un mordiscón me arrancó el corazón, con sus dientes musicales tocados y retocados, de adelante hacia atrás, en simultáneo y del revés. Él ya no quiere mirar las escenas, las odiosas y apáticas escenas, es un rebelde, mi rebelde. La ceremonia silenciosa de la siniestra imaginación latente en el espejo, como un espectro, como algo que no es y quiere ser. El vestido blanco no manchado de pureza, me espera sobre la cama. Los zapatos lustrosos de sensualidad y provocación anhelan mis blancos y pequeños pies. El collar peligroso, el relicario oculto, la magia negra que se pinta de púrpura y me susurra cosas que jamás diré. Él, amando al solemne monstruo, al monstruo solemne,  
                                                                           me espera sobre el cortinado bordó y me invita a jugar. 

                               La carta de mi madre, la tengo guardadita en mi caja color coral y me pide salir, y yo la saco a pasear un ratito, sólo un ratito. No quiero abrirla, no me animo a leerla, pero ella es subversiva y nada le interesa, se le escapan las últimas palabras teñidas de tintura color sol, y me recuerda: 


                                                                         "Amá Mumi, amá y a Cielo Abierto"

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