domingo, 6 de julio de 2014

Jugueteando con el Country

                     Él imagina que por fin, ha llegado el día. Él piensa que finalmente, la espera acabó, que la dama regresó en el cuerpo de otra más. Con otra cara, con otras manos, hasta con otro nombre pero ella allí está, saludándolo con la dulce mirada que se le escapa de los ojitos pequeñitos, intentando disimular.
                     Él no quiere equivocarse ya esta vez, por eso no se anima a abandonar aquella espera que ha estado a su lado por un tiempo infinito. Ella atravesada por las penumbras dolorosas, de viejos fantasmas, busca ansiosa la señal. El corazón enojado y receloso ya no sabe que hacer para que lo escuchen, pero las noches tormentosas, los días sin soles y los recuerdos no recordados, gritan desgarrados. 
                                                      Buscando la sonrisa, la embriagadora sonrisa, él la ve. Ella, desenamorada del amor, no quiere creer y prefiere caer, descreer. Encuentra la música enriquecedora, los dedos susurrantes, los labios sellados de dolor, los ojos aullantes, los pies sobre el cielo y la mano a medio salir. 
                                                      Él, pavoroso-rencoroso-histeriquito, propone un macabro juego casi sin saberlo. Se refugia entre las minúsculas cuerdas que esbozan la melodía acaramelada que se funde con los deseos, los sueños y lo no hecho aún. Se preguntan si esta vez, el azar amoroso les brindará una oportunidad. 
                              Se temen, se miran, se sueñan, se inventan, se olvidan y se recuerdan. En cada nota, en cada verso girondero, ella se reencuentra y de vez en cuándo, piensa en la existencia inexistente del mentiroso sentimiento que le arrebata la razón de una tajada. Piensa que pintarse los labios es una profanación, piensa que nada espera por ella, piensa en él como piensa en el país de nunca jamás.

                                                    Deseando a aquella anónima que ya no lo es, piensa en la desafortunada no correspondencia y prefiere callar, sin imaginar que ella espera por él como se esperan los buenos tiempos, las hojas otoñales, los colores fulgurantes, los arcoíris, los cappuccinos de la abuela, los abrazos de mamá, la magia blanca, los mil quinientos globos, el adorado circo, los libros del mundo y el beso que jamás se dio.  

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